¡Mil dólares por un plato de hommos!

Cuenta Salah Jamal en su libro Aroma árabe que, en cierta ocasión, un príncipe saudita octogenario que paraba por Barcelona, harto de alimentarse con las mejores exquisiteces de la cocina española, que encontraba insulsas, le espetó a su asistente libanés: “¡Pagaría ahora mismo mil dólares por un plato de hommos y cebolla tierna!”. Aquel exabrupto de insatisfacción encendió inmediatamente en el libanés el instinto comercial de sus antepasados fenicios. Unos meses más tarde se inauguraba en la parte alta de Barcelona, cerca de cierta clínica oftalmológica de gran renombre, el primer restaurante árabe de la ciudad.

Han pasado más de tres décadas desde entonces y hoy ya no son sólo los turistas del golfo Pérsico quienes exigen regalarse el paladar con comida árabe. Raro es el barcelonés que no ha probado los guisos de Oriente Medio. Algunos afortunados exploradores, durante sus viajes. Otros muchos, en los restaurantes de nuestros barrios. Gràcia es probablemente el mejor lugar de Barcelona para los amantes de la gastronomía exótica. Sólo en la calle Verdi, por ejemplo, hay restaurantes de Siria, Líbano, Egipto, Palestina e Irak. Los precios son razonables (nada que ver con los de aquel primer local de lujo), al alcance de los bolsillos de la gente joven que frecuenta la zona.

Los ingredientes de la cocina árabe son muy parecidos a los de la cocina ibérica, pero están preparados con tanta sabiduría que los platos resultan exquisitos. No en vano, y pese a quien le pese, la civilización islámica, en esto del arte de los fogones, como en otras tantas cosas, le da unas cuantas vueltas a la nuestra.

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