En 1901, Francesc Ferrer i Guàrdia (1859-1909), pedagogo racionalista y librepensador, fundó la Escuela Moderna en el número 56 de la calle Bailén. Su intención era preparar a los futuros ciudadanos para ser libres, a través de una educación laica, sin separación de sexos ni distinción de clases sociales. Eliminó los castigos físicos, fomentó las clases al aire libre e incitó a los alumnos a expresar sus inquietudes y a poner en entredicho todo aquello que no les pareciera razonable (“La enseñanza racionalista puede y debe todo discutir, colocando a los niños en la vía simple y directa de la investigación personal” –escribió en una de sus cartas). Pronto la Escuela Moderna abrió nuevas sedes por toda Cataluña, al mismo tiempo que crecía el número de enemigos del proyecto, en particular en el seno de la Iglesia católica. A raíz del atentado contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia (1906) por parte de Mateo Morral, un empleado de la Escuela, Ferrer i Guàrdia quedó marcado.
En julio de 1909 estalló la Semana Trágica y las iglesias y conventos de Barcelona ardieron. Aunque Ferrer i Guàrdia no tuvo nada que ver con aquella revuelta, fue acusado de haberla instigado. Pese a la falta de pruebas, fue encarcelado, juzgado, declarado culpable y condenado a muerte. De nada sirvió el clamor que se alzó en toda Europa en defensa de su vida: fue fusilado en el castillo de Montjuïc el 13 de octubre de 1909.
La figura de Ferrer i Guàrdia, proscrita en España durante décadas, recibió una justa (y tardía) reparación en 1990, cuando se inauguró en Montjuïc una réplica exacta del monumento que, desde 1911, le rinde homenaje en Bruselas como mártir de la libertad de pensamiento (se trata de una figura humana que sostiene una antorcha que representa la luz del racionalismo). Hace muy poco, además, la avenida del Marqués de Comillas ha pasado a llamarse avenida de Ferrer i Guàrdia. El nombre de un traficante de esclavos ha caído ante el de un defensor de la libertad de conciencia. Vamos progresando.