Archive for September, 2010

Todos éramos verdugos

September 28, 2010

“Poco o nada ha cambiado la calle Bòria, en Barcelona, aunque ahora se dedica a otros menesteres.

Durante buena parte de la Edad Media, éste fue uno de los escenarios europeos de la justicia convertida en espectáculo público.

El bufón y los músicos encabezaban la procesión. El condenado, o la condenada, salía de la cárcel a lomo de burro, desnudo o casi, y mientras iba recibiendo azotes era sometido a una lluvia de insultos, golpes, escupitajos, mierda, huevos podridos y otros homenajes de la multitud.

Los más entusiastas castigadores eran los más entusiastas pecadores.”

(Eduardo Galeano, Espejos, Siglo XXI)

¡Me gusta más la nuestra!

September 7, 2010

Hubo un tiempo en que la moral católica imponía a cualquier mujer que aspirase a ser llamada decente llegar al matrimonio casta y pura, y a cualquier marido que se preciase de respetar a la madre de sus hijos, no manifestar en la intimidad de la alcoba según qué deseos impropios de un caballero cristiano. Con este panorama, es de suponer que la satisfacción íntima y la felicidad conyugal eran delicias al alcance de muy pocos. Por suerte para ellos (que no para ellas, pues la igualdad de sexos no estaba en boga), los caballeros siempre podían recurrir a las relaciones extramaritales o a las prostitutas (esos seres tan indispensables en el espacio privado como indeseables y estigmatizados en el ámbito público).

En el siglo XIX, el teatro del Liceu de Barcelona fue uno de los escaparates de esta doble moral, con encuentros furtivos en la oscuridad de los palcos y hasta funciones en que las amantes sustituían a las esposas como acompañantes de los grandes burgueses.

—Me enterado de que tienes una amante —se dice que le espetó una dama de la alta sociedad a su marido, una noche, en su palco del Liceu.

—Pero, mujer, has de ser comprensiva. Bien sabes cuántos trabajos me está haciendo pasar últimamente la competencia. Rafeques compró un carruaje nuevo y no tuve más remedio que adquirir otro más lujoso. Luego se construyó una casita en la costa y me obligó a buscar una casona deprisa y corriendo. Ahora que se ha echado una querida, ¿qué podía hacer yo? Mira, toma los prismáticos, la de Rafeques es la rubia de la cuarta fila con el vestido azul, la mía es la morena con la gargantilla de coral que está detrás…

—Mmmmmm, ya veo, ya veo…, ¿y sabes qué te digo?, ¡que me gusta más la nuestra!

¡Ah, las hipocresías del pasado! Por fortuna, hoy ya no somos así. ¿O tal vez sí? Dicen que quien no ha visitado una ciudad de noche no la conoce de verdad. El que no haya paseado por la Rambla y el Raval a ciertas horas no sabe nada todavía de la Barcelona que no quiere salir en los folletos turísticos.

La última ejecución pública

September 1, 2010

Hasta finales del siglo XIX las ejecuciones de los reos condenados a la pena capital se llevaban a cabo en lugares públicos, pues se pretendía darles un carácter aleccionador, que sirviesen de escarmiento colectivo y de aviso a delincuentes en potencia. De hecho, entre el gentío que acudía a tan macabros espectáculos había muchos padres y madres que llevaban a sus hijos para que aprendiesen en cabeza ajena. En el momento fatídico de la muerte a los niños les solía caer un bofetón de los que se recuerdan toda la vida.

La última ejecución pública de la historia de Barcelona tuvo lugar en el Pati de Corders de la prisión de la Reina Amalia el 15 de junio de 1897. El ajusticiado, por el muy salvaje y muy español método del garrote vil, fue un tal Silvestre Lluís, acusado de haber asesinado a su mujer y dos hijas. Tanto la prisión como el Pati de Corders, que tomaba el nombre del lugar donde los cordeleros del Raval trenzaban las cuerdas, fueron demolidos por los anarquistas al principio de la guerra civil. Su lugar lo ocupa en parte hoy la plaza de Folch i Torres, junto a la ronda de Sant Pau. Desgraciadamente, las ejecuciones se siguieron practicando en el interior de las prisiones hasta los últimos tiempos del franquismo, cuando la pena de muerte pasó a ser, por fin, un funesto recuerdo de nuestro pasado más triste.