Se reaviva cada dos por tres el debate acerca de si Colón era catalán, balear, portugués, castellano o gallego, entre otras muchas nacionalidades. Alegan los italianos (y sólo ellos) que bien claro pone al pie del más famoso retrato que del almirante se conserva (retrato poco fiable, podríamos añadir) que era hijo de un artesano genovés. Aducimos los catalanes (y sólo nosotros) que de los textos en castellano del puño y letra del almirante brotan constantemente catalanadas como “a todo arreo” (a tot arreu), “todo de un golpe” (tot d’un cop) o “nombre” (número). Hacen ver los baleares que los topónimos con que Colón bautizó las costas descubiertas guardan un asombroso parecido con los de Ibiza y Formentera, y los gallegos, que son idénticos a los de la ría de Pontevedra.
Los aires de globalización y multiculturalidad que corren en nuestros tiempos dan pie a una tregua: ¿acaso no era Colón un poco de todas partes? Conocía el hebreo, el latín, el castellano y el portugués; navegó por los mares del Norte, el Mediterráneo, el Atlántico y el Caribe; sirvió a reyes de aquí y de allá; convivió con gentes de culturas alejadas y lenguas diversas. Colón nunca dejó escrita una letra, que se sepa, sobre su lugar de nacimiento, ni reivindicó a voces su origen. Los problemas identitarios no parece que le preocupasen mucho, la riqueza y la gloria, bastante más.
En 1888, Barcelona se sumó a la polémica alzando una descomunal estatua que recuerda los estrechos vínculos del descubridor con Cataluña. Merece la pena detenerse a observar las imágenes que adornan la base y que representan a Lluís de Santàngel (el converso valenciano afincado en Barcelona que ayudó a financiar el viaje de 1492), Jaume Ferrer de Blanes (un astrónomo catalán a quien Colón pidió consejo antes de zarpar), Bernat de Boïl (un monje de Montserrat que se embarcó en la segunda expedición) y Pere de Margarit (el jefe militar del segundo viaje). En particular, llama la atención la actitud sumisa del indígena americano que besa la cruz que Bernat de Boïl le ofrece. Lo mismo que al debate sobre la patria de Colón, se diría que a esta escultura le ha vencido la fecha de caducidad.